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La liturgia coral de las monterías

La liturgia coral de las monterías

Enviado por Tuslances.com el 24-11-2014

Faltan unos minutos para las nueve de la mañana y al tiempo que la niebla se levanta y la cortina de las nubes se retira para dejar asomar al sol, en la calle se van avivando las conversaciones. Es domingo, mes de noviembre,
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Faltan unos minutos para las nueve de la mañana y al tiempo que la niebla se levanta y la cortina de las nubes se retira para dejar asomar al sol, en la calle se van avivando las conversaciones. Es domingo, mes de noviembre, Puebla de Don Rodrigo. La puerta del bar Los Cuatro Puntales es, a esta hora, la zona más transitada de una localidad que alborea con quietud, como el resto de la provincia, dejándose llevar por los primeros minutos de la mañana. Una columna de humo se levanta desde uno de los laterales del local y hace las veces de reclamo para unos ‘indios’ improvisados que identifican de un golpe la señal. Falta un rato todavía para el almuerzo, pero en la escalinata del restaurante fogarean los cigarrillos y se intercambian los primeros pronósticos. Hay quien cruza los dedos a escondidas para que le caiga en suerte un buen puesto. Empieza ya la liturgia coral de las monterías.

Puebla de Don Rodrigo tiene poco más de 1.200 habitantes, y a esa hora hay cerca de 200 personas compartiendo mesa y mantel, barra y café en un mismo lugar, el punto de encuentro de la Sociedad de Cazadores del municipio. No hace mucho, sus responsables tenían problemas para completar la venta de las acciones de la temporada, es decir, del derecho a participar en todas las monterías. Este año hay cerca de una veintena de personas en lista de espera, esperando su oportunidad para pagar los 2.400 euros que dan derecho a las 15 monterías, diez en domingo y cinco en sábado;un coste que se reduce para los vecinos del pueblo. El humo del exterior del restaurante cesa, y en la cocina empiezan a salir los primeros platos de migas, que locales y forasteros comparten por turnos, llenando a cada vez el comedor. El almuerzo es el prólogo del sorteo.

Pasan unos minutos de las diez de la mañana cuando el pequeño bombo rescatado de un juego infantil de bingo empieza a girar para repartir los puestos de caza. Primero se nombran las armadas, y luego van saliendo una a una las bolas para ocupar los puestos. Cuando una armada se completa, se nombra en alto a sus ocupantes y se entrega la tarjeta al postor, que será el encargado de llevar y traer a los cazadores a su lugar en la montería. Antes de partir, las normas:no tirar en repecho y nada de abatir gabatas. «Si tenéis dudas sobre si es una cierva adulta o una joven, no disparéis». La voz la pone el secretario de la sociedad, Jesús Cristino Rincón, que dicta también el cupo de la montería para que todos los memoricen. «Dos venados y dos ciervas», sin cupo para jabalíes. Los postores y los monteros empiezan a subirse a los todoterreno y a desaparecer. Hay quien todavía observa el mapa pegado a la ventana del bar para localizar en la mancha el puesto que ocupará durante el día.

Toca cazar en La Pizarrilla, una parte del monte público propiedad municipal que la sociedad gestiona para la caza y que la convierte en uno de los cotos sociales que hay repartidos en la provincia y en la región, en la que existen más de 20.000 cazadores, 134.000 licencias y 350 sociedades. La de Puebla de Don Rodrigo es el botón de muestra de una actividad cuyo impacto económico está cifrado en 600 millones de euros, y que genera 6.500 puestos de trabajo fijo y 1,6 millones de jornales, según las estimaciones del Gobierno regional.

Al tiempo que el gentío se aligera y los vehículos desaparecen rumbo al monte, llegan las furgonetas de las realas. Cuando ya no queda en el bar ninguno de los cazadores, ellos aún esperan. Fuman y charlan sobre lo que va a ser el día mientras miran de reojo el reloj cada cinco minutos para calcular la hora de la partida. Con los cazadores en los puestos, los perros deben salir al monte a las 11.30 horas, y no pueden retrasarse. Se reparten el mapa para abarcar toda la mancha y en torno a las once se pierden por los caminos con la banda sonora del ladrido de los perros. La Tribuna acompaña a una de las 15 realas que participan en la montería, más de 400 perros, y asiste al momento en el que la compuerta se abre y la furgoneta dispara canes en dirección al monte. Han pasado dos horas y media desde que todo echó a andar y ahora La Pizarrilla es silencio. Comienza la caza.

Tiempo de espera

Después de entregar al monte las realas, la atención se traslada a los puestos. Esta mañana de noviembre se han repartido 69, y Manuel y José Manuel Rivero, padre e hijo, ocupan uno de ellos. «El puesto es muy bonito», asegura el patriarca. Ambos son de Puebla y aprovechan ese rato de soledad compartida que les brinda el monte para conversar sobre la semana, sobre el trabajo, sobre la familia. Eso sí, prismáticos en mano y con la escopeta cambiando de mano a cada batida. Otean el horizonte en busca de las piezas, y cuando al padre le toca disparar, el hijo guarda silencio y se aparta para evitar el estruendo. Si la pieza cae, acude al lugar para marcar el sitio en el que está, para que lo sepan las realas y eviten que la cierva abatida sea mordida por los perros. El contacto por radio con su padre es constante, y la mañana «se ha dado bastante bien». En torno a las tres de la tarde, los postores están recorriendo los puestos para recoger cazadores y piezas, y los Rivero cuentan en su haber con un venado y una cierva. «Hemos visto muchas piezas», asegura el hijo, José Manuel.

Antes de la retirada, y gracias a las balizas colocadas, también han pasado por la zona las mulas, que tiran de los animales abatidos hacia los caminos para que puedan ser recogidos por los postores. Hay 69 puestos para otros tantos cazadores, pero con sus acompañantes la cifra se duplica. Las realas suman gente y perros a la ecuación, y las mulas disparan el ‘censo’ de la montería hasta las 200 personas. A lo lejos, Daniel, el guarda, y Jesús Cristino, que no caza por un problema en el hombro, han compartido comida y ‘veneno’ mirando desde una pequeña loma el movimiento de los animales y de las realas, adivinando por los disparos qué tal se dará la montería.

El resultado del día es más que aceptable. «Antes se abatían unas 20 piezas en cada una de las monterías, pero ahora estamos siempre en el doble, como poco», explica Rincón para ejemplificar la evolución de la Sociedad de Cazadores de Puebla de Don Rodrigo. Este domingo de noviembre la cifra de piezas se eleva hasta las 49, y los monteros van goteando poco a poco al municipio para repartirse entre el matadero y Los Cuatro Puntales, inicio y final de una coreografía circular. Todos guardan en el bolsillo una parte del resguardo que compraron por la mañana, cuando arrancaron el trozo que decía «Migas» y se quedaron, para la tarde, con el que da derecho a la comida. Hoy, judías. Ytodo por nueve euros.

En el comedor los grupos se forman por puro azar. Los cazadores van llenando las mesas y comen mientras relatan cómo les ha ido el día. «Buenas navajas tenía el jabalí que ha matado Domingo», dice uno mientras apura el plato. Ya han pasado por el matadero, pero habrá un segundo viaje para ver el resultado total de la montería. Los carniceros trabajan para abastecerse y alimentar con ello la labor de la sociedad, que descuenta un domingo en la temporada. Una jornada, con 200 personas, en la que se ha repetido la liturgia coral de las monterías.

 

FUENTE: LA TRIBUNA DE CIUDAD REAL


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