Ladines, o Lladines como prefieren los lugareños, es el último pueblo de Oviedo en la vertiente norte del monte Naranco en el límite con el concejo de Llanera. La carretera finaliza en una valla de madera, una casa con su hórreo, por supuesto, y unas bonitas vistas. Al deshacer el camino, el visitante se encuentra con la casa de José Alba y Elena Fernández, que han aprendido a que el valle que se divisa desde su terraza sea algo común. Llevan 38 años viviendo allí. Vinieron de Belmonte de Miranda y van «tirando». Él se dedica al transporte y tiene algunas vacas. También es tratante de ganado en el mercado de Pola de Siero. Son muy pocos vecinos. Seis o siete los que viven todo el año. Otros tantos, van de vez en cuando.

 

A Ladines se llega a través de la carretera OV-4 que sale desde La Corredoria y transcurre entre el río Nora y el Naranco recorriendo toda la parroquia de Villapérez. Está situada en el noroeste del concejo y ocupa una extensión de casi 11 kilómetros cuadrados. Limita con Brañes, con las parroquias de Naranco y La Corredoria, con San Félix de Lugones en Siero y con San Martín de Cayés en Llanera. En Villapérez se encuentra la depuradora de aguas que da servicio a la cuenta del río, además del centro ecuestre El Asturcón y las instalaciones deportivas de El Requexón. Una descripción general de una parroquia para llegar a Ladines. Una vez allí se hace difícil imaginar que solo se tardan 15 minutos en coche en llegar a la ciudad. A La Corredoria, que para los vecinos de esta zona es como si fuera su barrio. Van allí al médico y los niños al colegio. Los nietos de José y Elena, por ejemplo, llegan a mediodía en transporte escolar a este silencioso núcleo rural.

 

José y Elena . Viven en su casa de Ladines desde hace casi 40 años. No se plantean mudarse a otro sitio. Menos, dejar el que consideran su pueblo, para irse a la ciudad.

De montes, castros y canteras, lo bordea el río Nora y lo recorren sus afluentes. Villapérez está formada por otros núcleos habitados aparte de Ladines, como Los Carriles, Folgueras, Lugarín, Nora, La Pedrera, Quintana y Villanueva, además de otros caseríos y barrios. Es una zona con una población muy dispersa, de muy baja densidad. Y mucho silencio. Lo rompen los perros que alertan del forastero, y de cuando en cuando el pescadero o el frutero que lleva «la tienda completa». Sus pocos vecinos viven tranquilos en Ladines solo preocupados por los jabalíes, cada vez más presentes. «Lo único que nos molesta es el jabalí», reconoce José. «No podemos sembrar nada porque lo destroza todo», lamenta al pensar en la posibilidad del autoconsumo.

 

Una pequeña huerta y muy pegada a la casa tiene Conchita Rodríguez, que llegó desde Cangas del Narcea hace 27 años. Sus padres compraron la casa familiar en la que vive con su marido y sus tres hijos que tienen que moverse en coche porque a Ladines no llega el autobús. «Es la única pega que tiene vivir aquí», añade esta ganadera con más de una cuadra con veintena de vacas roxas que pastan en unas fincas cercanas.

 

El ganado de carne aún pervive en algunos núcleos rurales de la ciudad, que ha perdido casi todas sus explotaciones lecheras. En Lladines, sus vecinos quieren decir que existen y piden al Ayuntamiento que les arregle la carretera que se retuerce pegada a la falda del monte y llega hasta el pueblo y una interior. Ahora, con los recortes, a las doce de la noche se quedan a media luz. Solo les queda encendida el poste que tienen delante de casa.

 

 

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