Perdices madres en los criaderos de la Granja El Reclamo. GLORIA NICOLÁS

La perdiz roja no encuentra su identidad y no es sólo por su apariencia. A simple vista es muy complicado diferenciarlas de las demás galliformes que se extienden por nuestros paisajes, como la perdiz chukar (moruna) o la perdiz común. Quizá por eso, a pesar de ser una de las señas de identidad de nuestros montes, hasta hace no muchos años se la tenía alejada de los focos de la investigación y relegada a una posición menor dentro de nuestra fauna. El paso del tiempo, gracias a los estudios de universidades como la de Zaragoza o de Castilla-La Mancha y la labor de los conservacionistas han traído el reconocimiento que merecían aunque no se pongan de acuerdo.

Estas dos universidades no se ponen de acuerdo a la hora de definir el mapa genético de esta especie. La de Castilla-La Mancha cuestionaba la veracidad de los estudios de pureza genética dirigidos por la doctora Arruga, de la Universidad de Zaragoza. Después de varios litigios, la justicia daría la razón a la doctora, pero ella y su equipo abandonarían el programa europeo que sustentaba la investigación. Por su parte, FEDENCA (la Fundación del Estudio y Defensa de la Naturalez y la Caza), abría otro camino con la puesta en marcha de proyectos con granjas.

La perdiz roja no tiene morfológicamente un rasgo distintivo, ni su pelaje, ni su pico rojo desgarbado como tampoco los ribetes que se cruzan con el blanco, el castaño y el negro de su pecho.

Sin embargo, guarda algo que la hace única, más preciada si cabe, no sólo para los cazadores. En su mapa genético hay algo que sí que la hace diferente, y es por ello que a conservacionistas, investigadores y a la administración regional no les queda otra que ponerse de acuerdo para reconocer su legado genético y aunar esfuerzos, ya no sólo para su conservación sino para su promoción. «Es la pieza de caza más demandada, además de por su precio, unos 25 euros la pieza, por el atractivo deportivo que tiene su vuelo y la liturgia del reclamo», indica Juan Luis Sierra, joven cazador de Cieza.

Diego Sáez, propietario de la Granja El Reclamo en Corvera, la más grande de la Región, es una de las personas que más saben: veintiocho años criando perdices lo demuestran. Apunta que «el negocio de la perdiz mueve mucho dinero en la Región, crece la demanda para repoblar los montes y es un activo que se podría explotar más porque sería una fuente de ingresos interesante. Recibo encargos de Francia, Portugal, incluso a veces de Argentina». Recientemente se rubricaba el compromiso de la Comunidad, a manos del consejero de Presidencia, Manuel Campos, junto con FEDENCA y el presidente de la Asociación de Granjas Cinegéticas de la Región de Murcia, Diego Sáez. Se daba así el primer paso para potenciar la pureza genética y sanitaria para los próximos cuatro años y que estudiará 400 madres de la granja pública. La Comunidad ya cuenta con unas doce granjas especializadas y dos proyectadas. Pero esta apuesta tiene un problema, y es económico. La caída de los fondos europeos, sumados a los altos costes que supondrían confeccionar un censo con las que viven en libertad, comprometerían el futuro de la perdiz roja y dejarían de lado proyectos que abrirían un nuevo camino en la Región para salir de la crisis.

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