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La liebre: hábitos y comportamiento

La liebre: hábitos y comportamiento

Enviado por Tuslances.com el 13-10-2013

Para llegar a su refugio, la liebre no sigue nunca el camino más directo; cuando ya se encuentra cerca de la cama, empieza a dar pequeños saltos y avanza hasta que rebasa la zona en la que consigue olfatear el viento. Después realiza una rápida rectificación y vuelve sobre sus pasos.
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La liebre se mueve siempre trotando; cuando huye, sin embargo, su movimiento es mucho más veloz.

La liebre está dotada de un complejo lenguaje gestual, al que se suma el lenguaje vocal, limitado a contadas ocasiones. Cada momento de su vida está caracterizado por actitudes inconfundibles, a cada una de las cuales corresponde un “estado de ánimo”. La valoración de estos comportamientos es muy importante. Si se logra traducir correctamente cada una de las posturas del animal, la previsión de sus reacciones en un lapso breve es fácil. Considerando que la liebre es una animal de costumbres arraigadas, una atenta observación de sus mensajes gestuales podrá ser de gran utilidad en muchas ocasiones.

Movimiento

El modo en el que la liebre se mueve sobre el terreno es, como ya se ha dicho, un indicador preciso de su “humor”. Cuando el animal está tranquilo y no advierte ningún peligro inminente, adopta el movimiento normal, a pequeños saltos: recorre breves tramos, que a menudo interrumpe con pausas para poder husmear el terreno o mordisquear un poco de hierba. Cuando procede de esta manera, es interesante observar la línea de la espalda: se encuentra paralela al terreno y no presenta curvas particularmente acentuadas. Las largas patas posteriores se extienden hasta la línea del hocico, mientras la as anteriores, más cortas, se sitúan a cada salto entra las posteriores. También las orejas son un indicador de este estado de tranquilidad: durante el trote a pasos cotos, la liebre las mantiene bastante replegadas y, vistas desde lejos, parecen una continuación perfecta de la línea del hocico. La velocidad y los saltos son los elementos ulteriores que indican confianza: si la liebre está tranquila, su velocidad es muy reducida, los saltos son inexistentes y las patas siguen trayectorias muy bajas y en sentido paralelo al suelo.

Estas características cambian radicalmente cuando la liebre huye. La espalda está encorvada y describe un arco muy pronunciado, justamente por la fuerza que las patas posteriores le imprimen durante la carrera; éstas, extendidas en pleno esfuerzo, siguen trayectorias más largas y separadas del suelo. Las orejas están tensas y perpendiculares a la línea del cuerpo, listas para registrar, también durante la fuga, cualquier variación relativa a la procedencia del ruido. Obviamente, la velocidad es muy elevada durante la huida; debido al empuje que efectúan las patas posteriores, la amplitud de los saltos es notable. El poder elevarse sobre el suelo le es muy útil al animal cuando se mueve en terrenos donde la vegetación es algo alta: cada salto representa una ocasión para mirar a su alrededor, segundo a segundo.

La posición de reposo

Examinemos más a fondo los momentos en los que la liebre está tranquila. Los ruidos procedentes de los prados son conocidos y tranquilizadores; el viento no trae olores sospechosos y la mirada del animal no advierte ningún movimiento anómalo. En dichas circunstancias, la liebre interrumpe su trote a pasos cortos y reposa, sentándose sobre las patas traseras. La única parte del cuerpo que se mantiene en movimiento son sus orejas, a las cuales confía la delicada misión de identificar los nuevos ruidos. Aun estando tranquila, la liebre no puede descuidar una atenta y constante vigilancia, por lo que levanta y hace girar sus orejas para escuchar en todas direcciones. La comparación que de inmediato se nos viene la cabeza es la del radar: el movimiento continuo le sirve para cubrir una amplia franja del territorio. De vez en cuando, si está completamente tranquilo, el animal baja las orejas y por un momento abandona la vigilancia: éste es precisamente el único momento en el que se puede intentar una eventual aproximación. Pero, cuando inmediatamente después endereza de nuevo las orejas, se evitará cualquier ruido o movimiento brusco.

Por lo tanto, para poder reducir la distancia, basta controlar sus orejas, sin mirar el resto del cuerpo, y aprovechar el momento oportuno.

Si no advierte ruidos extraños a su alrededor, la liebre reposa sentándose sobre las patas posteriores

La liebre en su encame

Tras un largo peregrinaje, durante a noche y a primeras horas de la mañana, el animal pasa las horas centrales del día en un lecho, conocido como “encame” o “cama”. Se reclina sobre las patas posteriores, pone la cabeza sobre las anteriores asumiendo una posición muy rasa y –un detalle esencial- mantiene las orejas bajas y completamente extendidas sobre el dorso.

Antes de relajarse completamente, adopta las oportunas precauciones. En un primer momento, realiza numerosos saltos y rodeos para confundir su rastro. Ésta es justamente la razón de que un perro, aun estando dotado de un excelente olfato, muy difícilmente consigue seguir el rastro del olor hasta el lugar en el que la liebre está encamada. Puede ocurrir que tope con ella casualmente durante la búsqueda, pero nunca guiado por el rastro oloroso que la liebre haya dejado sobre el terreno.

Lo que no deja de sorprender a los cazadores es la gran capacidad de la liebre de mimetizar su cuerpo. A menudo sucede que, observando un prado con hierba cuya altura no supera los 20-30 cm, no se descubre a la liebre en su encame. Sólo un ojo experto logra entrever el imperceptible cambio de color y lo detalles que delatan la presencia del animal.

La liebre pasa las horas centrales del día en el encame. Sin embargo, antes de relajarse procura confundir su rastro

Distancia y velocidad

La distancia de fuga de la liebre es de aproximadamente 10 metros. Mientras dicha distancia no es superada, el animal permanece raso sobre el terreno, perfectamente inmóvil y camuflado, favorecido por la característica tonalidad gris rojiza de su pelo. Con los ojos muy abiertos, la liebre observa todos los movimientos del enemigo que se acerca.

Debido a su inmovilidad y a la fijeza de la mirada, surgió la creencia, muy difundida incluso entre los cazadores, de que la liebre duerme con los ojos abiertos. Esto es absolutamente falso, pues los sentidos del animal están muy desarrollados: es imposible que el finísimo oído de la liebre deje de percibir ruidos sospechosos. Por lo tanto, la inmovilidad de reposo en el encame significa una gran confianza del animal en sus posibilidades de mimetizarse. Pero cuando la distancia de fuga es superada, la liebre abandona el encame con un gran salto e inicia una fuga veloz. En esos casos, los saltos pueden superar el metro y medio de altura, demostrando una extraordinaria agilidad. En pocos metros y sobre cualquier tipo de terreno, la liebre está en condiciones de desarrollar una gran velocidad. La máxima se sitúa sobre los 70 km/h, pero no se trata en ningún caso de un movimiento uniforme: cuando quiere sustraerse a un peligro, el animal intenta aprovechar cualquier resguardo que le ofrezca el terreno, realizando quiebros fulminantes.

El color gris rojizo del pelo ayuda a la liebre a mimetizarse entre la vegetación y el terreno

Otra peculiaridad: difícilmente la liebre se lanza a ciegas sobre un terreno que le es extraño. Apenas se encuentra en una zona que conoce poco, realiza un cambio de trayectoria para volver cerca del punto de partida o a las proximidades de su entorno. Los cazadores expertos conocen bien este hábito y se apostan donde saben que la liebre volverá.

A pesar de todo, estas referencias se muestran poco eficaces frente a una liebre adulta, que ha aprendido a se desconfiada cuando se ve obligada a huir. Consecuentemente, el animal se dirige hacia otro refugio; si pretende volver al que ha tenido que abandonar, lo rodea describiendo un arco.

De vez en cuando, durante su huida, la liebre se para y se pone de pie sobre sus pata traseras, para observar a su alrededor

Persecución del perro

En sus estrategias defensivas, la liebre debe tener en cuenta también a los perros, en particular a los galgos. En el caso, que se da algunas veces, de que un perro consiga momentáneamente alcanzar a la liebre, ésta no duda en sacar las uñas para escapar: con un vertiginoso movimiento de las patas, procura golpear el hocico del perro; al hacer esto, gana tiempo para inmediatamente salir a gran velocidad. De esta manera consigue recuperar cierta ventaja. Tras haber hecho este  movimiento, recurre a la táctica habitual de volver sobre su propio rastro, realizando amplios quiebros laterales para confundir al perseguidor, cansarlo y hacerle perder tiempo.

Casi siempre, si no interviene el tiro de la escopeta, la liebre tiene ventaja sobre el perro, gracias tanto a una mayor velocidad como a un mejor conocimiento del terreno. Su huida es razonada: la liebre nunca procede a ciegas y aprovecha el terreno en beneficio propio, a menudo usando incluso breves tramos de torrentes, canales o acequias. Si estos elementos de salvamento faltan y si la liebre no tiene otras vías para escapar, no duda en atravesar a nado ríos o lagos.

Olfatear el viento

Durante la huida, aunque también en los momentos de mayor tranquilidad, la liebre se pone en pie sobre las patas traseras, con las orejas rectas y los ojos dirigidos hacia el lugar de donde procede el peligro. Lo que induce al animal a adoptar esta típica postura no es tanto una exigencia visual (su vista no es muy aguda) como la necesidad de olfatear el viento: es justamente el viento el que le procura las informaciones de las que dependerán los movimientos sucesivos.

Camas y senderos

Dentro de su territorio, la liebre recorre senderos conocidos y posee ciertos “habitáculos de reposo”; están constituidos por un agujero no muy profundo, que el animal realiza con las patas delanteras en puntos donde se presentan pequeñas depresiones naturales. Muy distinto es lo que se puede decir de su verdadera madriguera. Ésta se acomoda en un punto donde la liebre puede controlar las proximidades durante sus desplazamientos, desde cualquier ángulo. Para llegar al refugio, la liebre no sigue nunca el camino más directo; cuando ya se encuentra cerca de la cama, empieza a dar pequeños saltos y avanza hasta que rebasa la zona en la que consigue olfatear el viento. Después realiza una rápida rectificación y vuelve sobre sus pasos.

Cama de una liebre junto al tronco de un olivo

La liebre vence al águila

Gracias a algunos estudios realizados sobre el comportamiento de la liebre frente a un águila adiestrada para la caza, se han obtenido resultados de gran interés. En particular, destaca la innata capacidad defensiva de la liebre. La astucia y la habilidad con la que escapaba regularmente a las garras de la rapaz eran sorprendentes, y mucho más cuando la liebre nunca había visto a aquel enemigo y, por tanto, carecía de cualquier experiencia directa.

Justo en pleno invierno, con las condiciones del terreno más desfavorables y con escasos refugios a su disposición, la liebre lograba eludir el ataque del águila, n huyendo a ciegas, sino permaneciendo inmóvil. Solamente en el último momento, con las garras del águila a pocos metros de distancia, la liebre se lanzaba a la fuga con un poderoso salto lateral, alejándose del peligro con la mayor rapidez.

Debido a la violencia con la que atacaba, la rapaz no podía frenar su vuelo y terminaba normalmente sobre el suelo, en un ataque frustrado. Antes de poder proseguir la persecución, la liebre ya había ganado una ventaja de por lo menos 100 metros, que resultaba decisiva.

Esta increíble y astuta actitud de la liebre demostraba un razonamiento frío y ponderado, y no solamente la capacidad de escapar veloz y precipitadamente.

Su vida nocturna

Animal sedentario y más bien solitario, durante el día la liebre vive escondida en su cama, protegida por montículos de tierra o por penachos de hierba con los que se mimetiza.

Se alimenta al anochecer, y de noche viaja sin pararse, dentro de un territorio muy vasto: se calcula que en torno a las 350 ha.

Durante sus desplazamientos atraviesa las carreteras sin darse cuenta del peligro, segura de su capacidad de saltar velozmente en el momento oportuno. Es efectivamente un animal muy veloz, aunque dicha capacidad no es suficiente para que evite terminar bajo las ruedas de algún automóvil: la liebre nunca puede pensar que haya “alguien” más rápido que ella, aunque se trate de algo tan grande y “extravagante” como un coche.

También en los campos corre gran peligro, a causa de los medios mecanizados que, de día o de noche, trabajan segando o arando los terrenos, y que han causado daños o matado sobre todo a los lebratos.


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  • #1 ronal

    es feo esto

    23/09/2017 01:59

  • #2 Juan Pablo

    Que buen artículo! Excelente información

    27/05/2019 16:10

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