Cuando comencé a cazar con arma de fuego, uno de los misterios que perdura en mi memoria era ¿por qué si yo disparaba a una pieza en vuelo apuntándola a ella, con mi “estupenda ” arma, se marchaba como si tal cosa? En cambio, volvía  a repetir el mismoproceso si la pieza estaba parada y las cosas cambiaban para mejor. Para mí, ¡claro!

Pensaba que era culpa mía, y siempre trataba  de colocar el punto de mira rojo de los cañones sobre la pieza. Pues bien, cuánto mejor lo hacía, la pieza se marchaba aún mejor.

Recuerdo en una ocasión, en un ojeo de perdices, que debido a mi colocación, no tenía visibilidad, y entró una perdiz la cuál me sorprendió. Sin poder apuntarla, y como acto reflejo,  dirigí los cañones como pude hacia ella,  y creo adivinar, en esas milésimas de segundo, que los cañones iban muy por delante de la perdiz.

Pero y cuán grata fue mi sorpresa ! la perdiz quedó hecha un guiñapo en el aire. En ese momento quedé pletórico de alegría, pero a la vez perplejo, ya que no entendía en aquel momento, como pude abatir aquella perdiz sin apenas apuntarla.

Después de darle vueltas a la cabeza y atender los consejos de algún compañero de caza, quién me decía ¡Regino adelanta la mano…! ¡Qué fácil es de decir!, yo no podía concebir que para matar una pieza, al vuelo, hubiese que apuntar a otro sitio que no fuera a ella. Con la práctica llegué a adelantar  instintivamente el tiro.

Por eso me he planteado, ahora con unos años más de experiencia con la escopeta  y las matemáticas, resolver el enigma que tanto me preocupaba aquellos años atrás.

Pues bien vamos a tratar de abordar este problema definiendo las variables que intervienen, así como las suposiciones hechas: