No es el mejor momento para renovar la licencia de caza, sobre todo en Cataluña

Enviado por montero el 24-08-2010

Ya metidos en harina, no sería extraño que quienes han conseguido acabar con los toros en Cataluña, por su loable intención de evitar el sufrimiento del animal, piensen en nuevos objetivos. Por ejemplo, hacer otro tanto con la caza y la pesca. ¿Por qué no?: al fin y al cabo son dos actividades que comportan un sufrimiento evidente para las víctimas. Y, además, en el caso de la primera, sin apenas justificación alimentaria. Lejos queda la edad de piedra, cuando los humanos tenían que abatir piezas para sobrevivir.

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Yo, desde luego, si viviese en Cataluña no renovaría la licencia de caza hasta saber cómo respiran estas asociaciones que dicen defender a los animales. Lo lógico es que quienes piensen que los toros sufren en las plazas y prefieren que les 'pasaporten' en los mataderos, estén convencidos de que los jabalíes, los ciervos, los conejos y los muflones, también padecen lo suyo cuando huyen de las escopetas y, sobre todo, cuando son heridos por los disparos. ¿O no?, ¿o estos bichos no merecen vivir y corretear plácidamente cual bambis de cuento?

Además, no pocos defensores de la vida animal pensarán que, total, la mayoría de los cazadores son ricachones y explotadores que no tienen otra cosa que hacer los fines de semana que esquilmar la fauna ibérica. Nada, fuera armas y que dejen a los bichejos tranquilos. Más de uno maldecirá el nombre de Miguel Delibes por haber escrito 'Diario de un cazador' y por haber sido un gran divulgador de esta afición.

Y si alguien les lleva la contraria y les cuestiona sobre las periódicas plagas de conejos, que arrasan los cultivos, siempre sacarán de la chistera algún remedio más o menos sorprendente. ¿O es que nos hemos creído eso de que somos los reyes de la naturaleza? De eso, nada, si los conejos nos comen por las patas, será que la evolución de la vida en la Tierra va por ahí. Pero al hermano conejo, ni tocarlo, aunque con arroz esté divino, dicho sea de paso.

De los pollos, cerdos, vacas y corderos ni hablamos, porque todos sabemos lo cómodamente que les transportan a los mataderos, donde, a buen seguro, les dan 'matarile' dulcemente al son de «la ovejita lucera» o «la vaca lechera».

Y no digamos ya de las plagas de langosta, mosquitos o ranas. Ni se nos ocurra pensar en la fumigación, esa matanza masiva de insectos indefensos. Y qué me dicen del asesinato de las pobres y simpáticas ratitas, que hasta nos entretienen en los dibujos animados. La verdad es que uno tiene cargo de conciencia incluso hasta cuando pisa una cucaracha.

Otro tanto ocurre con la pesca. ¿Han visto los círculos de sangre en los que dan coletazos los atunes, mientras son lanceados? ¿Sufrirán? ¿Y las ballenas, los 'malvados' tiburones y los graciosos delfines? O los salmones, tratando de escapar inútilmente del anzuelo.

Pues sí, resulta que, si utilizamos los mismos argumentos que con los toros, el mismo pescador de caña, que, aparentemente, no se mete con nadie y pasa su tiempo libre junto al río o el mar, esperando que piquen, a partir de ahora puede ser un elemento indeseable y perseguido. De buenas a primeras le pueden acusar de torturar animales para entretenerse y presumir ante familiares y allegados.

Me temo que se ha abierto la veda y el Parlamento catalán ha tirado por la borda el tradicional 'seny' o sentido común, y, a partir de ahora, pueden plantearse -y lo que es más grave, aprobarse- las prohibiciones más peregrinas. Quizás sea cosa del cambio de milenio, que nos ha llegado con retraso. Que Dios, Alá o Vishnu nos pillen confesados.

FUENTE: Luis Orche

laverdad.es

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