El pasado 6 de abril se abrió la temporada de pesca en la zona norte de Castilla y León con una normativa reguladora que ha abocado a miles de pescadores a colgar sus cañas y sus aparejos. Son pescadores de los de toda la vida, ribereños, que aprendieron de sus mayores a descubrir los misterios de los ríos, de sus siniestros pozos, de sus cantarinas corrientes, de sus remansos y de sus cascadas. León ha sido provincia afamada por sus truchas, un paraíso para los pescadores que disfrutaban de los más de tres mil kilómetros de ríos en cuyas aguas refulgía el arcoíris de esos peces hoy devenidos en joyas sólo asequibles para los buenos pagadores, que no pescadores.

Toda esa tabarra hipócrita de la sostenibilidad, el ecosistema, el medio ambiente y tal, ha calado en la Junta de Castilla y León, y desde las orillas del Pisuerga la consejería de turno ha decidido la defunción de la pesca de la trucha leonesa. «Pesca sin muerte» en todos los ríos, salvo en los cotos (o sea, previo pago) y en unos tramos denominados ARES, que ésa es otra, en los que se le permite al pescador llevarse a casa dos truchas. Así lo decretan desde Valladolid quienes de truchas saben de sopas, a la navarra o escabechadas. Los ARES son Aguas de Régimen Especial, unos tramos de río en los que se puede pescar tras un protocolo de llamada telefónica y acreditación. Otra tontería…

Este progresismo ecológico que parece acusar de asesinos a los pescadores aficionados no considera que las depuradoras, los vertidos tóxicos, los drenajes en los cauces acaban cada año con más truchas que todos los pescadores juntos en toda su vida. ¿Qué crimen es que un pescador se lleve a casa el trofeo conseguido con paciencia y arte durante una jornada en el río? Y más allá del problema económico, que no es baladí, lo grave y lo hiriente es la insensibilidad hacia todos esos pescadores que durante años han disfrutado de las truchas, pescándolas, sí, y comiéndoselas en familia, también. No hay político del Pisuerga que ame tanto a la trucha como un pescador.

Es la muerte de la pesca en León: las restricciones echarán del río a los pescadores tradicionales, reducirán las licencias a la mitad, arruinarán la actividad de montaje y la cría de gallos, y en nada beneficiarán al turismo rural. Éste es el sentir mayoritario de tantos leoneses que disfrutaron durante años de sus ríos y de sus truchas. Y todo por culpa de esa hipócrita política tan en boga de la defensa de los animales. ¡Como si las truchas de piscifactoría no tuvieran más derecho a la vida! ¡O los caracoles! ¡O las setas! También decían que los lobos de León iban a desaparecer. Y ahí están, como lobos campando a sus anchas. Como algunos truchos...

 Autor: Vicente Ángel Pérez

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