La práctica de la caza ha quedado prohibida en Villardiegua de la Ribera a consecuencia del incendio que calcinó buena parte de su territorio hasta el punto de no quedar más que los palos de los arbustos, los árboles apalabrados y ni una hierba en las zonas por donde pasaron a toda velocidad las llamas. Según la Junta de Castilla y León, la superficie afectada supera las 2.672 hectáreas, de las que 1.255 son agrícolas, 980 de matorral, 272 de arbolado, 167 de pasto y otras ocho no definidas.

Los cazadores, junto con los ganaderos, están entre los grandes perjudicados por el siniestro. Además, por Ley, durante cinco años no podrá ni cazarse ni pastarse, un rigor que es considerado excesivo por quienes consideran que parte de la zona abrasada se recuperará y favorecerá tanto el pasto como la presencia de caza. Tras el incendio, apenas si se ven algunos pájaros sobrevolar la zona carbonizada. «Lo poco que había se ha extinguido» expresa el cazador José Luis Rodrigo, que considera que «en un montón de años aquí no vuelve a haber nada porque ha quedado todo arrasado». Ha sacado la licencia, pero casi lamenta haberlo hecho porque la temporada de caza en el coto San Mamed se da por perdida.

Teresa Magarzo, que ayer se acercó hasta Peña Redonda para ver de cerca los niveles del estrago, asegura que «en cinco años no habrá nada porque aunque salga hierba no será como hasta ahora». «Las pérdidas son incalculables» expresa. Repara en las zonas que se salvaron de las llamas, entre las que menciona Cabeza el Cuerno, La Peña, Baldón Fernando, El Cerco, Las Cuevas, Peña Prieta y algún otro pago. Se le saltan las lágrimas al hablar del varapalo que ha supuesto el fuego para los ganaderos y repara en la gran suerte que tuvo su hijo Fernando Magarzo, también ganadero, de tener las vacas para una zona que no alcanzó el incendio. El hijo hizo entrega «de unos bolos de hierba» a otra de las ganaderas afectadas para que vaya saliendo adelante.

Paulino Rodrigo, también cazador, vio algunos bandos de perdices antes de que el fuego se adueñara del territorio, pero también asume «que la caza desapareció». Especialmente se hace referencia al jabalí, como a la pieza más interesante, y que tenía en el arribanzo del Duero el hábitat perfecto debido a la en estos pagos hallaba el refugio más idóneo.

Tomás Fernando hace un tiempo que dejó la caza porque, al residir en Madrid, sus jornadas quedaban más reducidas y, además, porque los resultados dejaban un tanto que desear. Dice que los Arribes» eran una selva pura», y el jabalí y la zorra las especies más favorecidas por la abundancia de vegetación. De hecho, señala, «para andar por tales pagos había que vestirse y calzarse adecuadamente».

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