En bastantes acotados la relativa abundancia del conejo de monte está sirviendo para finalizar felizmente la temporada de caza menor. Parece que las poblaciones del prolífico roedor, que antaño colonizó gran parte de los cotos de caza, se han estabilizado en algunas zonas y están experimentando un ligero crecimiento en otras. El incremento de las poblaciones de conejo es una buena noticia tanto para el mundo cinegético como para el medio ambiente en general, ya que constituye una pieza clave para la alimentación de gran número de predadores.

Zorros, águilas y otras rapaces se alimentan habitualmente de conejos, especialmente cuando estos adquieren enfermedades que les debilitan y son así una presa fácil, pero también cuando son muy abundantes. La abundancia del roedor significará que la presión sobre otras especies como la perdiz o la liebre se reduzca con el consiguiente beneficio para éstas últimas.

La mixomatosis y más tarde la hemorragia vírica causaron estragos en las poblaciones de conejos hasta el punto de conseguir su extinción total en algunas zonas. Los planes de recuperación han logrado reintroducirlo con éxito en algunos acotados en los que, sin lograr la densidad que tuvo antaño, pueden ser objeto de caza controlada.

En otros lugares, sin embargo, las repoblaciones han fracasado totalmente pese a los esfuerzos realizados por las sociedades de cazadores. Para que una repoblación resulte eficaz son necesarios varios requisitos. En primer lugar el paraje ha de ser propio de conejo, con monte bajo, zarzales, cuestas o cárcavas. Preferentemente se utilizarán las zonas donde antaño los hubo y que conservan mas o menos sus antiguas madrigueras que, previamente, serán desinfectadas.

En segundo lugar se utilizarán animales totalmente salvajes, con o sin vacunación, procedentes de descastes en zonas donde ello esté permitido, como las medianas de algunas autovías, donde curiosamente conviven con el tráfico rodado. Los animales de granja suelen dar malos resultados.

En tercer lugar y muy importante ha de hacerse una limpieza previa en la zona de los predadores.

La paloma es otra especie cinegética que suele centrar la atención de los cazadores en los finales de temporada, especialmente en las zonas de páramos y campos donde son muy abundantes. La torcaz es sin duda la especie preferente, tanto pos su dificultad para cazarla como por su valor gastronómico. Esta paloma de gran tamaño se cría en total libertad tanto en la Península como en Europa. A finales del verano principio del otoño, según venga el año climatológico, emigra hacia el sur formando grandes bandos. Su caza «al paso» levanta pasiones en el País Vasco y Navarra, pero también en otras zonas de paso en Aragón y Castilla y León. Ocasionalmente pueden quedarse largas temporadas alimentándose con bellotas en los bosques de roble y encina, pero también, y cada vez mas, en los cultivos de maíz una vez que éste ha sido cosechado. En este invierno, y debido a que la cosecha se ha adelantado, son frecuentes los bandos de torcaces en las vegas del Esla y del Orbigo. Es un ave muy desconfiada cuya caza resulta difícil y emocionante.

Otra paloma que abunda especialmente en Tierra de Campos es la paloma bravía. Aunque habitualmente anidan en los palomares, también lo hacen en las espadañas de las iglesias, casas abandonadas e incluso en los antiguos silos de las estaciones de ferrocarril. Pese a que su interés cinegético es menor que el de las torcaces, presentan un tiro al vuelo siempre difícil, especialmente cuando hace viento. «La paloma quema mucha munición» suelen decir los expertos, debido a la cantidad de disparos necesarios para hacer una buena «piña». La normativa permite cazar esta paloma siempre que se mantenga la debida distancia de los palomares, gran parte de los cuales, por cierto, se han dejado arruinar y están abandonados.

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