El presidente de la Asociación para la Defensa y Aprovechamiento Cinegético del Arrui (APACA) de La Palma, Miguel Ángel González Gutiérrez, no está preocupado, pero si reconoce que, en la actual temporada de caza mayor, al menos en las dos primeras jornadas desarrolladas hasta ahora, se están viendo menos ejemplares de la citada especie en los montes públicos de la Isla donde está autorizada esta práctica cinegética.

Explica que los primeros días «no son los ideales» pues, precisó, «el ganado se esconde mejor». De momento, dijo, únicamente han conseguido abatir tres piezas. Según la condiciones fijadas por el Cabildo, se permite esta actividad, solo los sábados y cuatro cuadrillas como máximo en cada jornada, en el periodo comprendido entre el 2 de julio y el 29 de octubre.

Comentó que, tal vez, los controles que se llevan a cabo en el interior de la Caldera de Taburiente durante todo el año han reducido el número de arruies, pero insistió en que, durante las primeras jornadas de caza, se suelen ver menos ejemplares. También puede ser debido a que, en las zonas de entrenamiento, los perros espantan al ganado y, para ocultarse, se quedan quietos en un sitio.

Donde sí ha constatado una merma es en la zona de caza del municipio de Tijarafe. Esta actividad, dijo, supone un recurso más para atraer a visitantes. Las 25 cuadrillas están formadas por aficionados que vienen de Tenerife, Gran Canaria e, incluso de la Península. En la Península, indicó, «no se puede cazar en monte público como aquí, solo en los cotos privados», donde las piezas, dijo, «están muy cotizadas». Sin embargo, en La Palma, únicamente se paga la licencia que, este año, cuesta 10 euros.

Los aficionados a esta actividad, agrupados en la Asociación para el Aprovechamiento Cinegético, sostienen que la misma es perfectamente compatible con el valioso patrimonio natural de la Isla y, además, son los primeros interesados en mantener, conservar y potenciar el medio ambiente. Sin embargo, la presencia de los arruíes provoca, según los ecologistas, importantes deterioros, a veces irreparables, en la cubierta vegetal y por ello demandan un control de su población e, incluso, la erradicación total de estos animales introducidos por el extinto Icona a principios de los año setenta del pasado siglo.