Iñaki y el Bolo
Enviado por Lolomialdea el 27-08-2014
IÑAKI Y EL BOLO
Amigos de mi blog:
Esta es la segunda entrega de los relatos de M.J. POLVORILLA, tan buena como la primera y encima divertida.
Uno, que por encima de todo es montero, se cree hasta la última coma de la historia ¡Si lo sabré bien con la de cosas que me han pasado¡
Se me viene a la cabeza el sucedido de un venado que rescaté en el pantanillo de Las Alcornocosas tras ardua pelea con los perros a los que aburrió, y que al quedarse solo y poner pie en lo firme, careé con una vara de jara - y luego a golpecitos en las ancas con mi propia mano - hasta sacarlo de la mancha que se daba. No hay fotos de aquello pero si dos testigos: Mi hijo Manuel y Batito García-Escribano, que era mi secretario y hoy es todo un montero de pedigree y excelentes maneras. Contado está en mi libro "40 años monteando narrados en primera persona"
Ea, que no me enrollo y juzgad vosotros el relato....¡Y que Dios os regale un Bolo como el de Iñaki!
Recibid un gran abrazo y besos para las señoras.
Lolo Mialdea.
PD: Gracias sea dadas a Jose Luis, que hizo las gestiones oportunas para que estas joyas camperas tuvieran sitio en mi blog.
-Menudo chucho, compadre. Te habrá costado un cerro de pesetas pero yo desde luego no encuentro sogajo con el que ahorcarlo. Si está atontado, ¿no lo ves?
El perro es achocolatado, orejón, de mirada triste y bastante noble. El perro, según le contaron al dueño, ha sido campeón de campeones y te distingue unas bragas concretas en una residencia de estudiantes. Y el nombre originario era “no sé qué”… Pero los amigos de Iñaki -el dueño- le bautizaron con el nombre de Bolo. Para incordiar, que es lo propio.
Total que Iñaki, barbudo, metido en años y bastante espeso en maneras, no es precisamente el tío con más suerte en lo venatorio. Sueña con matar un buen verraco. Uno de verdad y por ello jamás pierde la comba. Y hasta los montes próximos a Baviera se fue a por el chucho. Y se lo ha traído de estreno a la montería de casa de un conocido. Tras las bromas, el sorteo y los rezos le ha tocado en el 4 de la Cuerda del Tambor. En el 5 hay un amigo y en los dos anteriores también. Aunque los puestos no se ven sabe que está bien rodeado. El perro se estrena hoy y parece no dar guerra. Cagüen la mar que hasta hace sol y apetece un trago de vino. Iñaki se siente contento por caprichos de la vida. Y el perro lo nota y hasta menea el rabo. Qué bonito es montear. Iñaki da gracias al cielo por el día tan estupendo y no olvida eso de que la caza es como la suerte, que aparece donde menos te los esperas.
Qué somanta de tiros, madre mía. Ha tirado toda la armada y de la suelta no hace ni un rato. Pero Iñaki sigue sin descargar la pólvora de su paralelo, eso sí con esperanzas. De pronto el Bolo levanta la cabeza y señala con su mirada un veredón que hay a la izquierda. El montero aprecia el gesto, quita el seguro y, sigiloso, ve asomar las sienes de un apuesto verraco.¡Boommm! Fulminado. Menudo cochino, qué prudente… ¡y qué perro! Si no es por él se escapa el gorrino…. Dios existe. Viva la perra que te parió, granuja, y hasta le convidó a un beso en la frente.
Pero ahí no acaba la cosa, porque el lance se ha repetido y por otro veredón le ha roto otro cochino macho, mayor aún que el primero, y el perro lo ha marcado de la misma forma. Y de la misma forma el montero lo ajustició nada más salir a lo limpio. Dos guarros machos con colmillos…. ¿¿Pero estamos locos?? La suerte estaba reservándose para Iñaki, y hoy era su día.
La montería continúa, los disparos también. Esta vez los perros laten una carrera y la meten en el cortadero. Iñaki suelta los dos balazos de su express sobre las costillas de otro cochino. Se acerca a verlo. Imposible. Otro cochino grande. En una finca abierta. Madre mía que me pellizquen porque a este perro yo me lo cuelgo al pescuezo a modo de amuleto.
Termina la montería. Iñaki ha marcado sus tres reliquias, enfunda el rifle y recoge los trucos como un niño el día de su comunión. Llega José María, del puesto 5, contrariado, porque ha tirado un cochino cojonudo y se le ha ido pinchado. Coño Iñaki, suelta al chucho en el rastro a ver si es cierto que vale para algo. Iñaki accede. Llegan al 5, al puesto del amigo, y el perro toma la vereda seguro de lo que hacía. Guau, guau, guau… Y llega justo a uno de los tres cochinos de Iñaki -al mediano-. El barbas es montero de leyes y cede el animal a su legítimo propietario. Coño, iba a ser mucho tres verracos en un puesto. Buen trabajo Bolo.
Recogen trastos y llegan al puesto número 3, ocupado por el amigo Juan que anda de cabeza porque ha matado dos cochinas a una piara y trasero venía un guarro grande al que pudo mandar una bala pero no dejar seco. Hay restos de huesos y algo de sangre. Echadme una mano, coño, que es un aparato. Total que los tres monteros se ponen a buscar con la ayuda del Bolo y el animalito, idénticamente como hacía unos minutos, coge el rastro sin dejarlo y… guau guau guau…. Llega al puesto de su dueño a señalar el más pequeño de los tres verracos. ¡Joder con el chucho Iñaki! ¡Menuda joya! El montero de las barbas andaba ya con un cabreo de colores; el perro funcionaba bien, demasiado bien. Y lo que era el puesto de su vida se había dividido en tercios para vanagloria de sus amigotes. Menos mal que el verraco grande, que seguramente sería el cochino más grande de la montería, ese estaba ya a salvo…
Van camino del tractor que les llevaría al cortijo. Al llegar al puesto número dos andaba esperando el joven amigo Leopoldo. ¿Dónde andabais? Los colegas cuentan la hazaña del perro y el joven montero dice:
-Coño Iñaki, he tirado un cochino macho bastante bueno justo en aquella madroña. Dos gotas de sangre y nada más. Haz el favor de soltar el perro a ver si damos con él porque es bien bueno…
La respuesta fue rotunda. Porque Iñaki, liándose doblemente la correa, cogió al perro bajo el brazo, sujetándolo fuerte, y bufó:
¡¡Los cojones, que luego se me escapa y no hay quien le eche mano!!
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