Después de una cena a base de zorzales y alguna perdiz a la plancha sobre las ascuas de la chimenea, agregándole algún "majaíllo" con ajo, perejil y alguna que otra aromática más, después de un maravilloso, delicioso y agradable cambio de impresiones y con comentarios de todo tipo, casi a la hora en que se acuestan las gallinas, a la "piltra".
Generalmente a eso que le llamábamos cama, era una especie de "jergón", relleno de ni se sabe y que se hundía nada mas mirarle.

Aquel invierno, finales de diciembre, era duro, pero duro de verdad.
Aunque por donde estaba cazando no era zona de nevadas, las "pelúas" (heladas) estaban en pleno apogeo. Aún cuando la temporada estaba ya tocando a su fin, la caza no había dado signos de bajada y tal vez se podían ver más animales en estas fechas que en su comienzo.
Es posible que en esa finca la comida nunca faltara ya que en sus "baldíos", sus arroyos, sus montes y sus pastizales, soportaba la carga de las especies del Coto y un alto porcentaje de los limítrofes.
Para mí, las zonas más bonitas de cazar, siempre han sido los arroyos con sus "tarajes", sus brozas y en algunos lugares, "casi la impenetrabilidad de las personas".