Pues enredadno enredando por el ordenador he encontrado un relato que escribi no hace mucho para el foro de cazadoresenaccion y aunque alguno ya lo habra leido en el otro foro, lo dejo aqui por si alguien le apetece leerlo.
EL DOBLETE DE LIEBRES
Mi afición a la caza y a disfrutar del campo en todas sus dimensiones, es algo de lo que tiene toda la culpa mi padre. Fue algo que nos inyecto directamente en vena desde bien chicos a mi y a mis tres hermanos, y esto nos provoco que poco a poco fuésemos sabiendo disfrutar del campo, valorarlo como nadie y quererlo como algo imprescindible en nuestras vidas, bendita inyección aquella.
Desde que tengo uso de razón, guardo gratamente la imagen de mi padre al llegar a casa después de un dÃa de caza, con aquel traje de pana marrón casi dorado y ese olor que desprendÃa a jara y campo, con nostalgia, con cariño y con pena. Con pena por que se nos fue demasiado pronto y no pudimos disfrutar de el, ni el de nosotros tanto como hubiésemos deseado todos, pero la vida es asà . Pero si que tuvo tiempo y pudo, poco a poco, introducirnos el gusanillo de la caza, como debe ser , primero nos llevaba unos dÃas a uno otros dÃas a otro, a cazar con el de morralero, para que asà fuésemos teniendo esos primeros contactos con el campo y con la caza. Después nos hizo con toda la ilusión del mundo unos tirachinas, que nosotros llevábamos orgullosos colgados al cuello y con los que conseguimos nuestros primeras piezas, pajaritos, lagartijas, ranas y todo bichito que se dejaba acercar, pero siempre dentro de unos limites que mi padre nos marcaba, pues una de las primeras cosas que nos enseño y nos hacia respetar era la época de crÃa y ciertas especies.
Con el tiempo fuimos creciendo, aprendiendo y disfrutando en la finca de mi padre en Olivenza, pasando del tirachinas a la carabina de aire comprimido y mas tarde a una pequeña escopeta del 410, que aun conservamos para nuestros hijos y asà hasta que llego el dÃa en que nuestro padre dejo de salir de caza para que nosotros pudiésemos cazar con sus escopetas del 12, y es aquà y ahora empieza mi relato. Una de esas historias que hay que verlas para creerlas, para saber valorar el conocimiento que se adquiere con los años pateando campo, conociendo una finca y cazando. Por supuesto a mi y a mis hermanos, pardillos en estos temas aun, nos impresiono y nos quedo marcada en la memoria viendo a nuestro padre hacer un doblete de liebres al salto, lo que para nosotros en aquella época de nuestros inicios con la escopeta era algo totalmente impensable y solo posible de realizar por cazadores de verdad.
Era un Domingo de Noviembre y los tres hermanos mayores rondariamos los 18, 17 y 16 años mas o menos. Llegamos al cortijo temprano, saludamos al señor Manuel y a la señora Naty, guardeses de la finca, y nos tomanos con ellos ese café de puchero hecho sobre las brasas de la chimenea, y que nos preparaban con leche de cabra que nos sabÃa a gloria bendita y que era todo un rito verlo preparar.
Tras el café salimos corriendo a coger las escopetas para irnos a cazar, pero ese dÃa antes de irnos mi padre nos dijo, veniros antes de la 13.00 que luego voy yo a matar una liebre, coño pensamos los tres ¿y donde la va a matar si nosotros pateamos toda la finca? nos preguntábamos. En fin que nos fuimos a trastear por la finca, que entonces era libre, y por lo tanto también habÃa mucha gente y caza habÃa la justita, algún conejito en la mancha, unas perdices y alguna liebre.
Para nosotros con lo noveles que éramos y los pocos conocimientos que tenÃamos entonces, el abatir alguna pieza era a base de mucho campear y de suerte y digo suerte porque tengo el recuerdo de mi hermano Nandy que en aquella época señalaba una mata y cuando llegaba a ella arrancaba el conejo como si fuese un truco de magia, cosa que por cierto yo intentaba imitar y a mi no me salÃa ni conejo ni nada de nada.
Como es lógico, llegamos al cortijo a la hora señalada con incertidumbre y con la curiosidad de cómo y donde iba a matar mi padre esa liebre anunciada. Nos fuimos con el y nos llevo a una zona cercana al cortijo y que nosotros jamás cazábamos por ser una zona fea y pegada a una pista con mucho transito de coches, eran unos pastizales bajos de cardos con algunas encinas grandes y viejas, y entre estas habÃa los restos de unos antiguos hornos donde se hacia carbón de encina.
Nos coloco a ambos lados ligeramente atrasados a su posición y cubriendo no mas de 20 ó 30 metros entre los cuatro (mi padre y nosotros tres), todo esto hablando muy bajito, mi padre empezó a andar por un pequeño sendero, despacio muy despacio haciendo unos ligeros zigzag y atento muy atento a todo, ahà creo que nos dimos cuenta de que mi padre sabia que esa liebre estaba allÃ, el porque luego nos lo explico y tenÃa su la lógica.
Los tres hermanos Ãbamos andando pendientes de todo, con los ojos como platos no queriendo perdernos nada que lo que fuese a acontecer, y a los pocos minutos arranco la libre encogida y con las orejas recogidas, derechita al sendero que llevaba mi padre, el sonido del certero disparo con aquella vieja paralela nos hizo ver un espectacular revolcón de una enorme liebre, enseguida intentamos salir corriendo a por la orejona pero mi padre nos chisteo parándonos en seco y haciéndonos callar, indicándonos que siguiésemos andando y que dejásemos la liebre muerta, nosotros alucinados obedecimos sin rechistar y volvimos a colocarnos para seguir batiendo. Cargo la escopeta mientras no hacia señales para que siguiésemos hacia delante despacito, nosotros Ãbamos como locos pensando y alucinando ¿otraaa? ¿cómo es posible eso? y efectivamente no habÃan pasado mas de dos minutos cuando a los pocos metros arranco otra liebre a una velocidad endiablada, el primer disparo lo fallo pero al segundo la hizo voltear y quedo allà muerta. Nosotros no sabÃamos que hacer, si salir corriendo a por las liebres o si seguir a la espera de que hubiésemos dado con una manada de liebres en aquellos cardos, solo mirábamos a mi padre alucinados y a la espera de que no dijese que hacer, el abrió la escopeta tranquilamente y nos dijo que fuésemos a por las liebres y que ya podÃamos irnos.
En esos momentos os puedo asegurar que mirábamos a mi padre y creÃamos ver algo sobrenatural y que jamás llegarÃamos a saber y hacer lo que acabábamos de presenciar.
Con las dos liebres en las manos y de vuelta al cortijo nos explico el porque sabÃa que esas liebres podÃan estar allÃ, tan sencillo que al ser una zona fea, por llamarlo de alguna manera, y estar pegada a una pista, la gente que cazaba por la finca nunca solÃan pasar por allà y eso hacÃa que fuese una zona tranquila y al final del dÃa y tras horas de gente trasteando por el campo cazando era normal, según el, que se concentrasen algunas liebres de las que se levantaban durante la mañana.
Sirva este relato para darle las gracias a mi padre por inyectarnos, a mà y a mis hermanos, esta pasión y este gusanillo por la caza y por todo lo que huele a campo.
F I N
