Resulta casi obligado que nacer en el corazón de La Guareña lleve consigo una querencia natural por el galgo y la liebre. Imposible entender al uno sin la otra. Y así lo ha vivido desde niño Javier Bernal Román, a sus 36 años auténticamente viciado por inmortalizar a las tan escurridizas como otras veces «tontas» rabonas. Toda la vida le han llamado la atención, aunque el verdadero encantamiento se produjo hace tres años, cuando le dio por fijar el objetivo de su cámara en estos animales de las llanuras, tan familiares para cazadores y agricultores. «Siempre he salido al campo con la típica camarita pequeña pero hace tres años empecé con una Olympus compacta, cogí cada vez más gustillo a la fotografía y me pasé a la Canon 1.100, nueve meses más adelante me cogí la 7d, que ya hablamos de otra cosa».

Así, poco a poco y después de incontables horas de espera en el campo, Javier ha reunido una colección de fotografías de liebres que llaman la atención de los aficionados. Eso es que lo que hay llevado a organizar, de momento, dos exposiciones; la primera en su pueblo de Vadillo (el pasado 4 de mayo) y la otra en Guarrate con motivo de la fiesta de San Gregorio. Tan buena ha sido la acogida que a Javier le están llegando nuevas propuestas para mostrar sus trabajos. Irá encantado a Villabuena del Puente, Castronuño o Vezdemarbán y lo que salga.

Javier Bernal en su casa de Vadillo de la Guareña junto a su inseparable cámara y una de las fotografías de liebres en el ordenador portátil. Foto Javier de la Fuente.

¿Qué le atrae realmente de la liebre? «Es un animal que me vuelve loco, muy peculiar; se esconde, la puedes tener al lado y casi ni la ves y la foto son segundos». ¿La más complicada? «En Villabuena; me llamó un amigo al que (la liebre) le había pasado como a cinco o seis metros en un maizal, miró para atrás y dijo "aquí está". Era increíble, parecía una mazorca de maíz, estaba como tapada con una sábana, solo se veía el ojo». El resultado se puede observar justo en la imagen de la derecha. «Es mi fotografía estrella» comenta orgulloso este aficionado.

Entre las cientos de fotografías, ninguna igual. «Las tengo de todas las maneras». Por ejemplo, dos gazapos en la huella de un caballo donde había parido la madre. «Me avisó un amigo; yo estaba en Medina del Campo en nada me presenté». O dos liebres juntas en una viña de Villabuena. Hasta una liebre albina, una rareza que consiguió inmortalizar en Morales de Toro.

Todo a base de paciencia, «alguna riña con la novia» y también mucha habilidad. «En una zona como ésta lo vives desde pequeñito; en casa, con los amigos, en el pueblo». Por desgracia quedarse en el paro (trabajaba en Pevafersa) le permite ahora una entrega total a su afición. «La fotografía es un vicio caro pero es verdad que si sales al campo a primera hora con la cámara y estas toda la mañana tirando fotos, pues no se gasta dinero». Porque captar la instantánea de la liebre a una distancia corta no es tarea fácil. «Muchas veces son horas muertas a la espera» reconoce Javier Bernal mientras parece querer transmitir aquello de que «sarna con gusto no pica».

En su caso moverse por los pagos de Vadillo es casi como hacerlo por su casa. Conoce el terreno desde niño y, al ser la liebre un animal querencioso, tiende a rondar los mismos lugares. «Aquí sabes más o menos por dónde puedes verla pero eso no quita que te tires días tumbado o sentado, quieto dos o tres horas para hacer la foto que quieres». Y aunque la mayoría de las instantáneas están realizadas en su pueblo, en su colección aparecen también liebres captadas en campos de Fuentesaúco, Guarrate, Villabuena del Puente.

«Muchas son de salir a caminar un día normal por la mañana y como ya ves las huellas o sabes donde están las zanjas, pues allá vas». En otros casos han sido sus compañeros de caza los que han sacrificado la pieza para que Javier pueda disparar su cámara. «Hasta ahora me respetan y tengo que agradecérselo mucho porque decir a un cazador que espere cuando salta la liebre...».

Tantos pateos por el campo le han hecho vivir situaciones insólitas con estos singulares mamíferos. «De repente veo que viene una frente a mí, me quedo parado con la cámara y ella a escasos metros se pone de pie, me mira y allí se queda como tonta. Pero son animales listísimos; a veces es tan lista que es tonta» cuenta Javier mientras por la pantalla del ordenador se suceden fotos y fotos. En algunas cuesta encontrar al bicho. ¿Dónde está? «Ahí», y asoma esos ojos grandes y vivos. La capacidad de camuflarse complica la visión de la liebre y a ella le protege de sus grandes enemigos, las alimañas; el zorro y el águila encuentran en la rabona todo un festín.

Para Javier, el invierno es el periodo mejor para avistar liebres, en temporada de caza. «No sé si es porque están corridas o qué pero la verdad es que es cuando más se quedan». Sin embargo en el periodo de celo es más difícil; «tienes que andar muy hábil».

Pero si algo apasiona todo es más fácil. «Cuando ves esa mirada, esa expresión o cuando la ves en la cama y ella te ha visto. Ese momento de lance... es que me pone los pelos de punta» confiesa Javier ciertamente emocionado.

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