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Leyendas y monterías

Leyendas y monterías

Enviado por Tuslances.com el 31-07-2012

El monte fue considerado tradicionalmente como un lugar peligroso habitado por alimañas y en el que fácilmente se podía encontrar la muerte de forma inesperada -como narran las crónicas que le ocurrió al rey Favila, muerto en las garras de un oso a mediados del siglo VIII-. De este modo, aquel ambiente natural iría originando en Asturias, como sería común a buena parte de Europa, una rica tradición folclórica de leyendas en las que se oponían los espacios salvajes a la tierra cultivada ordenada por los hombres.
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El monte fue considerado tradicionalmente como un lugar peligroso habitado por alimañas y en el que fácilmente se podía encontrar la muerte de forma inesperada -como narran las crónicas que le ocurrió al rey Favila, muerto en las garras de un oso a mediados del siglo VIII-. De este modo, aquel ambiente natural iría originando en Asturias, como sería común a buena parte de Europa, una rica tradición folclórica de leyendas en las que se oponían los espacios salvajes a la tierra cultivada ordenada por los hombres.

Sería en este orden de cosas en el que se desarrollaría una costumbre de sólido arraigo en Asturias: las monterías, que se hacían frecuentemente contra osos, lobos, jabalíes y otros animales dañinos. Así pues, en cada concejo se nombraba, al mismo tiempo que los concejales del Ayuntamiento, un funcionario denominado montero mayor. En esta figura recaía la tarea de disponer las batidas, a las que tenía la obligación de concurrir un individuo de cada casa completamente armado. El montero mayor portaba como insignia de su empleo un bígaro o corneta, instrumento que le servía también para hacer las señales oportunas al resto de cazadores. La primera pieza que se cobraba durante la jornada de caza era para él y le correspondía también una parte del valor de las pieles de todas las demás que fuesen abatidas, caudal que se invertía en municiones para las monterías sucesivas.

Cabe señalar que estos eventos se acostumbraban a verificar normalmente en domingo, a fin de no distraer a los vecinos de sus faenas agrícolas. Se podía, de otro lado, usar una parte del dinero obtenido para comprar el vino o la sidra con que se premiaba a los participantes, aunque solía ser el municipio quien corría con este gasto -estipulándose un número de cántaras por pieza cobrada-, derivando el final de la montería en una ocasión lúdica. En algunos municipios el cargo recibía el nombre de celador. Nada se ha investigado acerca de este apasionante puesto (su organización, su institucionalización o el desarrollo de su cultura de oficio), estudio que, sin duda alguna, depararía unos resultados de sumo interés para un buen número de disciplinas científicas. Las monterías, en otro sentido, suponían un acto social del que también se obtenía distracción y alimento mientras se intentaba lograr un nivel aceptable de animales dañinos moradores del bosque. La actividad se encontraba muy reglamentada y, por ejemplo, en la parroquia allerana de Soto, el regidor llamaba a montería todos los sábados desde San Miguel de septiembre a San Miguel de marzo.

 

FUENTE: Luis Benito García Álvarez, investigador de la Universidad de Oviedo y de la Fundación de la Sidra, y especialista en historia sociocultural y del sector agroalimentario, prosigue el análisis de la actividad cinegética en Asturias y se detiene en la proliferación de las monterías


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