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Los secretos de la caza del elefante

Los secretos de la caza del elefante

Enviado por Tuslances.com el 20-04-2012

"Un elefante consume la comida y el agua de 20 animales. Si se le defiende sólo a él, se está poniendo en peligro a muchas especies. Desgraciadamente, a pesar de su hermosura y su magnificencia, el elefante a veces supone una amenaza para los más débiles de África". "En ocasiones, como sucedió con los conejos, ha sido necesario regular su población. Se reproducen demasiado y no tienen enemigos".
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Un elefante pasea junto a su cría por las inmensas llanuras del Parque Nacional del Serengueti (Tanzania).

"Un elefante consume la comida y el agua de 20 animales. Si se le defiende sólo a él, se está poniendo en peligro a muchas especies. Desgraciadamente, a pesar de su hermosura y su magnificencia, el elefante a veces supone una amenaza para los más débiles de África".

En el fuego cruzado entre protectores de la fauna, monárquicos, antis, machos alfa de la cosa pública, víctimas de la crisis, todólogos y demás analistas a pie de calle de la cacería del Rey en Botsuana tercia el escritor Alberto Vázquez-Figueroa (Santa Cruz de Tenerife, 1936). Con una trayectoria vital desdoblada en heterónimos y siempre rica en aventura, el autor 'best seller' y antiguo profesional de la caza del elefante conoce como casi nadie en España la singularidad del mamífero más grande sobre la tierra.

"En ocasiones, como sucedió con los conejos, ha sido necesario regular su población. Se reproducen demasiado y no tienen enemigos", contextualiza el también periodista, cineasta e inventor, consciente de emitir una opinión discordante. "En Uganda, a principios del siglo pasado, había que matar cientos de elefantes ¡diarios! Hablamos de un animal que puede llegar a vivir 80 años (es el más longevo con la tortuga y el ser humano) y que come cualquier cosa. Los ejemplares viejos, además, tienen la mala costumbre de entrar en los poblados de noche y devorar la cosecha de maíz o yuca, dejando al asentamiento absolutamente arruinado. A esos animales hay que perseguirlos y matarlos. De eso a hacerlo por simple diversión hay una notable diferencia", distingue.

Lucha por la supervivencia y afición. Fuente de alimentación -ocasionalmente- y codiciado trofeo. La caza autorizada en Botsuana, con más de 150.000 elefantes, remite a esa realidad dual. "Es algo que el mundo no entiende. No sabemos qué hacer con ellos, son demasiado numerosos. Tratamos de regarlos a otros países", ha declarado estos días casi con desesperación el portavoz del gobierno local, Jeff Ramsay.

Tal vez porque no entiende el criterio conservacionista como un comodín o porque pretende desmarcarse de la imagen simbólica e invariablemente dócil con la que generalmente se asocia en el primer mundo a la bestia, Vázquez-Figueroa invita a la reflexión. "A los ecologistas les falta cierta información. Deberían plantearse si su amor por los elefantes es superior al que puedan tener por 20 animales de otra especie. En tal caso no serían ecologistas, sino elefantistas".

Sorprendido por accidente del Rey

El responsable de la publicación de más de 80 libros y la venta de 25 millones de ejemplares, corresponsal en su día de Televisión Española y 'La Vanguardia', aprovecha asimismo el 'elefantegate' para desmontar una fábula. "Se suele decir que el rey de la selva es el león. Mentira. El león ve al elefante y sale echando humo, porque no puede hacer nada contra él, a no ser que se trate de un recién nacido", comenta. "Alguna vez he visto una charca donde había leones, cebras, ñúes, impalas, todos bebiendo juntos sin atacarse al mediodía. Y de repente llega una manada de elefantes, da tres patadas, se revuelca, se bebe el agua y echa a todo el mundo", añade este veterano de la batida en selva, alejada del safari convencional.

A la manera de un pistero o experto en rastreo, Vázquez-Figueroa prefiere presentar al paquidermo en su hábitat autóctono y eludir el barro de la polémica. "No soy quién para decir", se autoexcluye del debate generado en torno a las actividades cinegéticas de Don Juan Carlos, "pero compruebo que en África la población crece cada día y, por consiguiente, el espacio para los animales salvajes se reduce. Si se permite que los elefantes sean los únicos dueños del territorio, al final no quedarán más que seres humanos y elefantes".

El responsable de títulos como 'Marfil' (Plaza & Janés) y 'Kalashnikov' (Ediciones B), donde vertió su experiencia sobre el terreno (Botsuana, Sudáfrica y el Parque Kruger no le son precisamente desconocidos), se reconoce en cualquier caso "realmente sorprendido" por el episodio protagonizado por el monarca, que ha pedido perdón por su viaje tras recibir el alta hospitalaria.

"Sabía que era cazador", admite en relación al jefe del Estado, con quien tuvo oportunidad de conversar cuando aún era Príncipe. "Tiene aproximadamente mi misma edad. Personalmente, con todos mis años de selva en África y Sudamérica, yo ya no estoy para esos trotes. Hay un 80% ó 90% de posibilidades de que te ocurra algo. Lo que sea: resultar herido por el retroceso del arma o tropezar en un escalón. Es algo que si tienes hijos, conviene pensárselo. Y desde luego, si tus hijos son 47 millones, conviene pensarlo muchísimo más".

En la línea de fuego

Aunque afirma que desde que abandonó el continente negro no ha matado "ni un conejo", Vázquez-Figueroa conserva el recuerdo de los años salvajes, cuando ávido de emociones fuertes y ante la posibilidad de verse enjaulado en la redacción de un periódico se colgó un rifle Holland & Holland o un Mannlicher 475.

La importancia del calibre encabezaría el teórico decálogo de todo cazador de 'orejudos'. "A un elefante sólo se le puede derribar con un arma de gran potencia, con bala de acero con punta afilada y tras darle en el cerebro. Si el impacto se produce en otro sitio es como pegarle un escupitajo", explica sin querer desvelar el número de piezas que llegó a cobrar en su momento.

Por supuesto, la colocación del arma ("muy bien apoyada sobre el hombro, pegadísima, para evitar que el retroceso pueda desencajarte el hueso") y la posición de las piernas ("una más adelantada que otra y flexionada para no caer de culo") resultan a su vez fundamentales.

¿Y qué distinguiría a esta práctica en relación a la persecución y muerte de otros animales? "Supongo que la emoción es mayor", concede Vázquez-Figueroa. "Yo siempre cacé en selva, nunca en pradera. El elefante de selva es mucho más pequeño, normalmente más astuto y se oculta mejor. Cazar un elefante en un espacio abierto no sé qué placer puede proporcionar".

Y concluye, distanciándose del estereotipo de cazador blanco, corazón negro: "Fui un gran admirador de Hemingway hasta que leí en su libro 'Verdes colinas de África' que le había disparado a un búfalo en los pulmones para ver cómo moría lentamente y poder así describirlo. Desde ese día lo aborrecí. Alguien que tiene que matar un animal, por la razón que sea, para comer o porque le paguen por ello, debe intentar abatirlo lo más rápida y eficazmente para que no sufra".

 

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