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Valgrande y Solana

Valgrande y Solana

Enviado por montero el 30-01-2011

Un frío glacial. Si bien a primeras horas, la bajísima temperatura se soportaba sin trabajo, a base de chaquetones y demás prendas de abrigo, luego, al punto del mediodía, se levantó una ventolera medio solana de aires puntiagudos, que cortaban el cutis. Y además, molestos.
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Un frío glacial. Si bien a primeras horas, la bajísima temperatura se soportaba sin trabajo, a base de chaquetones y demás prendas de abrigo, luego, al punto del mediodía, se levantó una ventolera medio solana de aires puntiagudos, que cortaban el cutis. Y además, molestos.

La temporada está ya finiquitada prácticamente y fuimos a despedir la caza en unos ojeítos con el amigo J.J. Al fragor hostil del ribero del Tamuja se le vence con un cafelito en el barcito de Santa Marta; donde, por cierto, saludamos a Olegario , que de gestión cinegética sabe un rato, y cuyo nombre hace evocar a infinidad de cazadores inolvidables jornadas de perdices y otras cazas.

A mí, de estas cazatas, lo que más me gusta, incluso más que tomarle los puntos a las perdices, es el escenario. Ya contamos alguna vez que es una meseta irregular, al otro lado del cauce del Magasca, y que se extiende hasta la lejanía de las grises y azules cordilleras que la circundan.

Uno, no sabemos bien por qué, serena el ánimo en esas anchuras que expanden los latidos del corazón hacia todas direcciones sin impedimento que perturbe. Qué sensación de plenitud y qué desahogo. Da la impresión de que las sombras, que acosan el ánimo de continuo, se tornaran humo y se elevaran hasta la nada del amplísimo espacio.

Tomillos, retamas, hierbecitas silvestres de invierno, y veneros de las pasadas lluvias. Luego vino lo de la marcha hasta el puesto, la cartuchería, el catrecillo para la breve espera, el mirar y remirar para ver cómo, por dónde y de qué manera; y al cabo, el vuelo que nos embebe, las plumas al aire, el estrépito de los fallos garrafales y el íntimo placer de los aciertos.

Al fin y a la postre, siempre podemos hacerlo mejor; nunca estaremos satisfechos y ahí está, precisamente, el quid de la caza: que nos queden ganas, ansias, vehemencias, para una próxima ocasión.

El sol en el zenit no nos alivió el esmorecimiento del frío, sino que agitó al airado Eolo y nos zurró la badana con el viento intempestivo. Menos mal que ya entonces íbamos camino del galpón que J.J. nos tiene, con calor de estufa, preparado para el refrigerio.

La vuelta, por esos campos de soledad, es un viaje hacia la melancolía y el misterio. ¿Qué tiene el campo, que a esas horas del declinar de la tarde, que parece como si se vistiera de luto? Salime al campo, vi que el sol bebía el hielo de los arroyos desatado . A ver, ¿qué tecla del lirismo no tocó don Francisco de Quevedo , eh?

FUENTE: Valgrande y Solana - Opinión - www.elperiodicoextremadura.com


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