En los ambientes cinegéticos las cosas están difíciles. La crisis llega hasta los espacios cazadores, y muchas monterías se suspenden por falta de tiradores en las posturas, al igual que ocurre en los ojeos de perdices. Salvo los cotos sobresalientes que disponen de las escopetas fieles temporada tras temporada, asumidas por aficionados con potencia económica, en otras fincas se las ven y desean para cubrir las pantallas, y hay que bajar el listón de los precios para dar salida a las especies que pueblan los campos cercados, aunque no se gane nada en el envite.

Ahora lo importante es no perder en una jornada de caza, porque si no se completan las armadas, las reses, en los territorios serranos, pueden escapar con facilidad y quedar en el montarral creando problemas con la reproducción de la especie. Los rehaleros no están por la labor de reducir sus pretensiones económicas para asistir a un montería —sin los perros, los venados y jabalíes no se mueven— y como además escasean las recovas de calidad, que en la temporada pasada suspendieron sus funciones por la pobre cotización, desapareciendo un buen número de ellas, pues el tema se complica para los organizadores, que las pasan canutas para no perder cantidades en las llamadas venatorias.

Años atrás, la bonanza inmobiliaria y los beneficiados con el ladrillo, sin apenas experiencia en estos menesteres, se codeaban con los monteros de toda la vida, creando un conglomerado de inexpertos a los que tan solo les interesaba volver con el trofeo a casa para presumir ante la familia, sin importarles muy mucho que el animal abatido fuera horquillón o la pobre calidad de su cornamenta no tuviera acogida ni en el taxidermista menos escrupuloso.

Estos nuevos ricos en poco tiempo eran los que encarecían monterías y ojeos de perdices, presentándose en el sorteo con los rifles más aparatosos y las paralelas de procedencia extranjera, aunque en la hora de disparar, los fallos predominaban sobre los aciertos. Pero como sumaban número, la moda es la moda, pues elevaron el precio de los cotos a un nivel de difícil continuidad, que ha caído desplomado una vez terminada la burbuja constructora.

Pero la crisis no conoce de espacios ni círculos exclusivos y cuando hace acto de presencia todos perdemos.