Desde hace unos días, Diana, eterna cazadora y protectora de la naturaleza, ha encontrado en las azoteas de la Gran Vía madrileña su nueva posta. Desde uno de los torreones del número 31, y acompañada por sus perros, apunta impertérrita al cielo con su arco.

Desde hace unos días, la diosa Diana, eterna cazadora y protectora de la naturaleza, ha cambiado sus amados bosques por las azoteas de la Gran Vía. Solo ella podría hacer de lo más alto del número 31 de la gran arteria madrileña su nuevo hogar. Forma parte de un grupo escultórico en el que también están incluidos los compañeros de batidas de la deidad romana, sus canes, que también la acompañan en El Retiro. Diana corona desnuda y sosteniendo su arco un edificio concebido por José Miguel de la Quadra Salcedo en 1925, que en los últimos años ha sido sometido a profundas reformas, responsables de la recuperación de los torreones originales. Sus nuevos propietarios, la familia mexicana Díaz Estrada, que adquirió el inmueble en 2015, tienen la intención de reformarlo y convertirlo en un hotel de lujo, sumándose así a una tendencia que ha convertido a la Gran Vía en uno de los epicentros del alojamiento de lujo. Sería el siguiente paso de una historia por la que, desde 1931, han pasado negocios como la cafetería Zahara o el célebre despacho de loterías de Doña Manolita, ahora en la Calle del Carmen.

Pero, ¿por qué Diana? Puede que en la popularidad de la que goza la figura de La Cazadora en México encontremos el motivo que ha llevado a la familia Díaz Estrada a elegir esta temática. La similitud con la estatua que decora la hermosa fuente del Paseo de la Reforma de Ciudad de México, popularmente conocida, precisamente, como La fuente de La Diana Cazadora (aunque el nombre oficial de la obra sea La flechadora de las estrellas del norte) va más allá del parecido. El responsable de esta figura fue el escultor Juan Fernando Olaguíbel, obedeciendo el encargo del entonces presidente de México, Manuel Ávila Camacho. La obra devuelve al observador al Madrid de otra época y la ubicación no podría ser más adecuada: en un tiempo en el que hasta empresas centradas en ocupar el espacio visible del centro cada vez dedican más presupuesto a su tiendas online y en el que se puede ganar más un jueves cualquiera en un torneo online jugando al póker con el móvil desde el salón de tu casa que en el más elegante de los casinos presenciales, la Gran Vía todavía mantiene ese magnetismo que lleva a oriundos y turistas a recorrer sus aceras buscando moda, diversión o gastronomía que se pueda ver y tocar a pie de calle.

Ahora, Diana les vigila desde su nueva ubicación al tiempo que recuerda una pasión por la caza que forma parte de su historia: los monarcas de la dinastía Trastámara (Enrique III, Juan II y Enrique IV) abandonaron su residencia en Castilla para disfrutar de jornadas de caza en Madrid. Esta afición llevó a Enrique IV a disponer de una casa en la Calle de Santa Clara que, con el tiempo, sería una de sus residencias predilectas. Otro gran aficionado a la cinegética fue Felipe II, hasta tal punto que, en algún momento indeterminado entre 1560 y 1561, adquirió los terrenos de la ahora Casa de Campo para disfrutar de un coto de caza en la ciudad.

La Diana de Gran Vía hace honor a la historia y se suma a la que preside la Fuente de la Cruz Verde, inaugurada en 1850 y obra de Turqui y Del Valle. Con ella compartirá la difícil tarea de velar por la jungla de asfalto de la capital.

Fuente: Wikimedia.org en la publicación con la imagen.