El Carnero Marco Polo
Enviado por Carlos el 19-09-2010
Para la mayoría de la gente este título no significará absolutamente nada o incluso pueda llegar a ser chistoso, ya que el carnero de Marco Polo es un animal bastante desconocido para el público.
Si bien cada vez está mas de moda la caza fuera de nuestro país, motivado por los buenos resultados a un coste mas que asequible y con la oportunidad de cazar especies poco comunes, hay ciertas zonas, ciertas modalidades y ciertas especies que aún no son frecuentes en los viajes cinegéticos al extranjero. Pero lo que hoy nos ocupa es un destino mucho mas inusual, mas inhóspito, mas remoto, mas perdido, mas difícil y por supuesto mas atractivo, por lo menos para mi, el Carnero de Marco Polo en su región de origen: Tadzhikistan, Kirguizia y China.
Su dificultad es extrema, ya solo el viaje es una odisea, llegar a un lugar en mitad de la nada, donde las comunicaciones brillan por su ausencia, carreteras que son caminos de cabras, una situación geográfica en plena columna del Himalaya, donde la gente allí no vive, sobrevive con lo poco que ofrece aquella tierra estéril ofrece para ellos y para sus rebaños de Yaks. Lo que si que es increíble y que tan solo por eso merece la pena ir es por su hospitalidad, parece que cuanto menos se tiene, mejor acoge la gente al forastero que visita sus tierras con el ánimo de llevarse algo que solo allí tienen, un Marco Polo. Imagino lo que debe ser llegar allí, convivir con gente que ni entiendes ni te entienden, que te acogen en sus Yurtas humildes pero acogedoras y compartir con ellos una dura jornada de caza tras el preciado trofeo.Lo que tengo entendido, por lo que leo en revistas y libros especializados sobre el tema, es bastante frecuente hacer disparos a mas de 400 metros a estos animales, ya que su hábitat no es mas que desiertos helados, nieves perpetuas y roca madre que aflora por la no presencia de vegetación (imposible a estas altitudes y con esas temperaturas) donde un animal de estas características ve a un cazador a varios cientos de metros y muchas veces un ruido, un mal movimiento o un cambio de aire da al traste con toda una sufrida jornada de acercamiento, con dificultades para andar, para respirar y para todo y si eso ocurre todo nuestro esfuerzo habrá sido en vano y el rebaño de argalis o el macho solitario (según la ocasión) pondrán tierra de por medio como si de un dulce paseo se tratase y se alejarán hasta que nuestra vista no logre distinguir su piel entre blanca y gris clara de la nieve o de la propia roca por donde corren con total agilidad.
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