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La muestra del perro: ¿innata o aprendida?

La muestra del perro: ¿innata o aprendida?

Enviado por Tuslances.com el 21-06-2012

Los llamados perros de muestra poseen ya de nacimiento las características que los harán idóneos para la caza. No obstante, un proceso de adiestramiento controlado por el cazador encauzará y sacará el máximo provecho de las facultades de su perro.
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Un buen perro de muestra debe localizar la caza y quedarse inmóvil frente  a ella, “mostrándola”, contraviniendo así su instinto cazador que le impulsa a atraparla.

Si hablamos de perros de muestra (pointer, setter, braco, bretón, etc.), es indudable que ésta, como reflejo de las virtudes para la percepción de la caza, debe ser innata. Esta es precisamente la característica distintiva de los perros de muestra.

Sin embrago esta cualidad no ha sido otorgada a los perros por la Naturaleza, sino que es fruto del artificio humano. Cuando los perros de muestra se quedan inmóviles ante la caza, están contraviniendo su instinto natural, que los impulsa a atraparla. Hasta el mismo René Descartes los pone como ejemplo. Para el ser humano, de dominio de las pasiones en su libro Les passions de l´Ame (1649).

Llegados a este punto, ¿cómo puede decirse que este acto debe ser innato, si es contrario al instinto natural? El perro de muestra es, tal vez, el animal más moldeado psíquicamente por el hombre, a través de muchos siglos de cría metódicamente encauzada hacia unos objetivos muy precisos.

Los antiguos métodos de caza –con red, con ballesta, con halcón y con arcabuz_ exigían un grado tal de firmeza en la indicación de la presencia de caza –muestra- y una cautela tal en la aproximación del perro a la presa, que acabaron por forzar ese moldeado antinatura del que hemos hablado.

Tanto ha sido así, que unos animales dotados de instinto predador por la Naturaleza, inclinados por tanto a abalanzarse sobre la presa y atraparla, han alcanzado un grado de evolución que les lleva a mantenerse absolutamente inmóviles, “petrificados”, en un estado semihipnótico ante la presencia de su presa; pero más sorprendente aún es que lo hacen con el fin de cedérsela a otro predador (el hombre). Para alcanzar este resultado, el hombre ha sometido a estos perros a una manipulación genética continuada durante siglos. Los instrumentos de los que se ha valido han sido la consanguinidad y el retemple.

De lo dicho se deduce que un perro de muestra debe “mostrar” desde cachorro: por propio instinto y sin que nadie le enseñe, ni lo mencionado ni otras muchas cosas. En definitiva, adiestrar un perro de muestra no es labor exclusiva del adiestrador o del propietario: el criador debe darle ya recorrida una buena parte del camino.

 

La muestra es una cualidad adquirida por los animales lograda tras un arduo entrenamiento. Sin embargo, en un buen perro de muestra han de aparecer indicios de sus cualidades en sus primeros años.

Entre los conocedores de los perros de muestra, hay unanimidad en que un ejemplar de buenos orígenes debe actuar por instinto; no obstante, esto no debe ser así, indefectiblemente, en todas las fases de su adiestramiento. Cuando empezamos a poner en contacto con la caza a un ejemplar joven, de seis o siete meses, muy bien puede enfilar la caza sin mostrarla. ¿Constituye esto un mal indicio? En absoluto, ya que denota pasión. Si sabemos aportar una cierta dosis de prudencia a esa pasión, tendremos un buen perro.

Entre los perros de muestra hay algunos, más de los que sería deseable, que carecen absolutamente del instinto de muestra o que lo poseen en muy escaso grado. ¿Por qué?, ¿quién tiene la culpa?, ¿qué se puede hacer en esos casos? La causa es que han sido mal criados o que sus orígenes no son claros: por sus venas corren sangres extrañas, de sabuesos, galgos, etc., que han aminorado su instinto o, tal vez, lo han destruido. Además de este defecto tendrán otros muchos: buscarán con la nariz en tierra, y serán indómitos, bastante difíciles de adiestrar, sin estilo, etc.

La culpa de estos fracasos la tienen los criadores poco juiciosos que han introducido sangres extrañas en las razas de muestra buscando perfecciones ilusorias, pues los caracteres regresivos juegan muy malas pasadas. Es posible hacer muchas cosas; incluso, mediante un adiestramiento trabajoso, forzar la muestra, pero esto no suele compensar.

Los cachorros que, desde su más tierna infancia, manifiestan un acusado instinto de muestra son los mejores. La experiencia siempre lo ha demostrado así. No falta quien achaca a estos perros cierta propensión a las muestras falsas. Si son de buenos orígenes y se utilizan con asiduidad, ese temor se disipa siempre.

Instinto de muestra en el cachorro

Existe un método que suele ofrecer buenos resultados.

Cuando los cachorros tiene apenas dos meses, se cogen de uno en uno, se atan unas plumas de perdiz o becada, o incluso un pequeño trozo de tela, al extremo de un hilo de pescar; se ata el otro extremo a una caña o a un palo. Se saca al cachorro a un campo cercano y, armado con el artilugio descrito, se excita su atención posando el señuelo a unos metros de él. El animalillo acabará por fijarse en el señuelo y lo perseguirá tratando de atraparlo; no ha de permitirse que lo logre: cuando se aproxime, se levanta el artilugio y se aleja del perro, volviéndolo a posar de nuevo unos metros más lejos. Si no se permite al perro atrapar nunca el señuelo, se llevará a su ánimo el convencimiento de que, haga los que haga, jamás podrá atrapar la caza. El alumno terminará por cansarse y mostrará, de vista, a plena satisfacción.

Este es un juego muy divertido para el perrillo, y que además llena de orgullo y satisfacción al amo, que queda encantado ante las precoces y hermosas muestras de su pupilo. Pero hay que estar atento: que la satisfacción del amaestrador no lleve a cansar a su alumno; es muy joven y no debemos abusar de su atención, aún muy limitada, y mucho menos hastiarlo; el efecto sería pernicioso. El juego de la caña fija el instinto de muestra y es positivo en los cachorros de dos a cuatro meses,; pero, rebasada esta edad, insistir en él es peligroso, porque se habituaría al animal a mostrar de vista.

Lo anteriormente citado es especialmente perjudicial, porque hará que emplee la vista y no el olfato en la búsqueda de la caza.

 

El instinto de muestra se hereda de los antecesores ya adiestrados desde varias generaciones para estos menesteres

El adiestramiento

Cuando comencemos a sacar al campo a nuestro cachorro, es muy aconsejable elegir un terreno amplio, en el que prácticamente no haya caza. Este consejo, por desgracia, es hoy fácil de seguir. Esto da al perro noción de las distancias, y calma, en cierta medida, su fogosidad natural.

Pero supongamos que nuestro perro no es de los que tienen muy acendrado el instinto de muestra.

En sus primeros contactos con la caza, no ha mostrado, y tiene, por el contrario, el hábito de enfilarla. En estos casos es conveniente dejarle que levante aves y las persiga hasta que se canse. Una vez se haya cansado, recurriremos a una perdiz de granja que vuele bien; la aturdiremos y la dejaremos en un matorral, asegurándonos de que el alumno no vea la maniobra. A continuación soltaremos al perro, lo mandaremos buscar y, cuando se acerque al punto en que se sabe que está la perdiz, le pasaremos una cuerda por la argolla del collar; cuando intente entrar a la caza daremos un tirón fuerte de la cuerda. Mientras decimos: “¡Alto!”. Lo mantendremos quieto, sujetando la cuerda, hasta que la perdiz haya desaparecido de la vista. Repitiendo esta maniobra, nuestro pupilo pronto habrá adquirido una muestra firme, salvo que se trate de un caso perdido.

Es fundamental, y da la medida de la valía de un adiestrador, el saber graduar la energía de los tirones que da a la cuerda, según el carácter de su discípulo.

El carácter

En cualquier enseñanza que impartamos a un perro, debemos tener muy en cuenta su personalidad.

El mecanicismo es un mal consejero, y la causa más común de fracaso en los adiestramientos es medir con el mismo rasero al animal indómito y al tímido. No se puede exigir al perro que razone como un hombre: al contrario, debemos ponernos a su nivel y pedirle lo que en cada momento puede dar de sí.

Por otra parte, el perro que obedece a su amo por temor al castigo nunca llegará a cazar bien. Llegado el aso de tener que administrar algún correctivo, nunca debe ser brutal y hay que procurar que el perro comprenda lo que ha hecho mal.

A partir de los ocho meses

Cuando el perro alcance la madurez suficiente para ser sometido a un adiestramiento serio, de los ocho meses en adelante, la experiencia demostrará que los perros jóvenes, muy frecuentemente, empiezan mostrando la caza y unos momentos después la persiguen. Este es el momento de reafirmar definitivamente el instinto de muestra. Para ello resulta imprescindible poner al perro en las condiciones más ventajosas, es decir a contraviento.

Si el cachorro muestra, no hay que apresurarse: se mantendrá la calma a oda costa; no hay nada peor, ni para la firmeza de muestra del cachorro ni para el aguante del ave, que una persona corriendo, agitada y haciendo ruido. Si el cazador corre o se apresura, seguramente el perro le imitará y hará volar la pieza antes de tiempo. Tampoco se tiene que gritar , silbar o hacer ruidos.

 

Por la forma de mostrar, este setter tiene muy próxima la pieza

Otra costumbre que tienen muchos cazadores y que, además de ser nefasta. Demuestra un desconocimiento y una bisoñez enormes, es ser excesivamente rápidos en hacer guiar a sus perros, acortando mucho las muestras. Mientras el perro tenga bloqueada a la pieza, no debe moverse.

Si el ave apeona, la nariz y la sagacidad natural del perro, indudablemente muy superiores a las de su voluntarioso amo, se lo indicarán inmediatamente y será el animal, a iniciativa propia, quien comience la guía.

 


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